domingo, junio 06, 2010

¿Qué hijos vamos a dejar al mundo?

Pongo aquí la cita original de una expresión que se está extendiendo como la pólvora y de la que todo el mundo parece querer apropiarse:

« Quand le citoyen-écologiste prétend poser la question la plus dérangeante en demandant : Quel monde allons-nous laisser à nos enfants ?, il évite de poser cette autre question, réellement inquiétante: À quels enfants allons-nous laisser le monde ? »

Jaime Semprun, L’abîme se repeuple, Éditions Encyclopédie des nuisances, 1997.

Cuando el ciudadano-ecologista pretende plantear la cuestión más molesta preguntando: ¿Qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos? evita plantear esta otra cuestión, realmente inquietante: ¿Qué hijos vamos a dejar al mundo?

jueves, junio 03, 2010

En la piscina pública


Hemos pasado la mañana en una piscina pública. Reconozco que hace tiempo que no iba a una. Menudo burgués estoy hecho. Nadie muerde, ambiente simpático y educado. Mucho preadolescente y algún grupito de treintañeros con complejo de Peter Pan.

Me ha sorprendido la cantidad de silicona que gasta la clase trabajadora de este país. En algunos casos el resultado resulta patético, sobre todo cuando se mezcla anorexia con silicona y se le añaden grandes y torpes tatuajes de gusto discutible.

Aunque ellas deben ser felices: te quedas mirando lo falso que queda el arreglo y ellas piensan que te pirras por sus prótesis. Qué siglo éste, el XXI.

lunes, mayo 31, 2010

Juan sin Miedo

Ayer conté a Théo el cuento de Juan sin Miedo:

Érase una vez un matrimonio de leñadores que tenía dos hijos. Pedro, el mayor, era un chico muy miedoso. Cualquier ruido le sobresaltaba y las noches eran para él terroríficas. Juan, el pequeño, era todo lo contrario. No tenía miedo de nada. Por esa razón, la gente lo llamaba Juan sin miedo. Un día, Juan decidió salir de su casa en busca de aventuras. De nada sirvió que sus padres intentaron convencerlo de que no lo hiciera. El quería conocer el miedo. Saber que se sentía.

Estuvo andando sin parar varios días sin que nada especial le sucediese. Llegó un bosque y decidió cruzarlo. Bastante aburrido, se sentó a descansar un rato. De repente, una bruja de terrible aspecto, rodeada de humo maloliente y haciendo grandes aspavientos, apareció junto a él.

¿Qué tal abuela? -saludo Juan con toda tranquilidad.

¡Desvergonzado! ¡Soy una bruja!

Pero Juan nos impresionó. La bruja intentó todo lo que sabía para asustar a aquel muchacho. Nada dio resultado. Así que se dio media vuelta y se fue de allí cabizbaja, pensando que era su primer fracaso como bruja.

Tras su descanso, Juan echó a andar de nuevo. En un claro del bosque encontró una casa. Llamo a la puerta y le abrió un espantoso ogro que, al ver al muchacho, comenzó a lanzar unas terribles carcajadas.

Juan no soportó que se riera de él. Se quitó el cinturón y empezó a darle unos terribles golpes hasta que el ogro le rogó que parase.

El muchacho pasó la noche en la casa del ogro. Por la mañana siguió su camino y llegó a una ciudad. En la plaza un pregonero leía un mensaje del rey.

Y a quien se atreva a pasar tres noches seguidas en este castillo, el rey le concederá a la mano de la princesa.

Juan sin miedo se dirigió al palacio real, donde fue recibido por el soberano.

Majestad, estoy dispuesto a ir a ese castillo dijo el muchacho.

Sin duda has de ser muy valiente contestó el monarca. Pero creo que deberías pensar lo mejor.

Está decidido respondió Juan con gran seguridad.

Juan llegó al castillo. Llevaba años deshabitado. Había polvo y telarañas por todas partes. Como tenía frío, encendió una hoguera. Con el calor se quedó dormido.

Al rato, unos ruidos de cadenas lo despertaron. Al abrir los ojos, el muchacho vio ante él un fantasma.

Juan, muy enfadado por qué lo hubieran despertado, cogió un palo ardiendo y se lo tiró al fantasma.

Este, con su sábana en llamas, huyó de allí y el muchacho siguió durmiendo tan tranquilo.

Por la mañana, siguió recorriendo el castillo. Encontró una habitación con una cama y decidió pasar allí su segunda noche. Al poco rato de haberse acostado, o yo lo que parecían maullidos de gatos. Y ante él aparecieron tres grandes tigres que lo miraban con ojos amenazadores.

Juan cogió la barra de hierro y empezó a repartir golpes. Con cada golpe, los tigres se iban haciendo más pequeños. Tanto redujeron su tamaño que, al final, quedaron convertidos en unos juguetones que a gatitos a los que Juan estuvo acariciando.

Llegó la tercera noche y Juan se echó a dormir. Al cabo de unos minutos escuchó unos impresionantes rugidos. Un enorme león estaba a punto de atacarlo. El muchacho cogió la barra de hierro y empezó a golpear al pobre animal, quien empezó a decir con voz suplicante: ¡Basta! ¡basta! ¡no me es más! ¡eres un bruto! ¿no te das cuenta de que me vas a matar?

A la mañana siguiente, Juan sin miedo apareció el palacio real. El rey, que no daba crédito a sus ojos, le concedió la mano de su hija y, a los pocos días se celebraron las bodas.

Juan estaba encantado con su esposa y se sentía muy feliz.

La princesa también lo estaba. Pero decidió que haría conocer el miedo a su marido.

Una noche, mientras Juan dormía, ella cogió una jarra de agua fría y se la derramó encima.

El pobre Juan creyó morir del susto. Temblaba de terror. Sus pelos estaban rizados y ¡conoció el miedo, por fin!

Juan una vez recuperado, agradeció su esposa haberle hecho sentir miedo, algo que todo el mundo conoce.

domingo, mayo 30, 2010

Retazos de una lánguida mañana de domingo

Eso de "uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde" debería formar parte de las Doce Leyes Fundamentales sobre la Existencia Humana. Se admiten sugerencias para encontrar las otras once.

En plena temporada de exámenes de junio y a mí ya no me queda casi nada de lo que examinarme. Quién me iba a decir que lo echaría de menos.

Me tiene fascinado el "Adan y Eva" de Michelangelo. ¿Existe acaso un ejemplo mayor de ambigüedad en la Historia del Arte? También se admiten sugerencias.

jueves, enero 21, 2010

21 de enero

Cito literalmente una de las frases del régimen que me ha impuesto la endocrina:
«Puede beber todo lo que quiera de agua...»

Desde luego, tiene pinta de ser eficaz. Si lo sigo al pie de la letra hasta el 1 de marzo, día de la próxima cita, seguro que habré perdido un montón de peso para entonces.

viernes, enero 15, 2010

15 de enero

9,26

Supongo que hay gotas que colman el vaso. Pero no dejan de ser más que simples gotas.

El viejo cinturón de piel, guardado en un cajón porque no consigues ajustarlo ni en el primer agujero (y que cuando lo compraste, vale, hace veinte años, te quedaba demasiado grande); el desagrable, hasta para ti, aspecto que tienes cuando te sientas desnudo sobre la cama y las bolsas de grasa se desparraman por encima de tus piernas; el aspecto de saco de patatas que tienes en invierno, cuando tu cuerpo atiborra pantalón, camisa, jersey, abrigo y hasta bufanda...

Y eso sin hablar de la salud. Esa cosa que todo el mundo dice que tiene tanta importancia, y pocos cuidamos.

Tengo que medirme la cintura, y así formar oficialmente parte de la población de riesgo cardiaco.

jueves, enero 14, 2010

Mi primer kilo

He adelgazado un kilo. En dos días. Eso no significa nada de nada. O quizás algo muy pequeño, significa que hay algo que funciona.

Sé que es un tópico, pero no deja de ser verdad. No me veo el pene. Bueno, exagero, la parte superior del glande, desnudo desde una (seguramente innecesaria) operación de fimosis, sí que surge, cuando miro hacia abajo, como un amanecer tras mi abombado abdómen.

O no estoy tan gordo como creo o la tengo más grande de lo que pensaba.

Tendría que medirlo, pero ciertas cosas hay que hacerlas a determinada edad, y yo ya la he pasado.

Ahora toca citar a Javier Krahe, que me viene al pelo:

"Y si hubo reproches fueron, en resumen
por su rendimiento, no por su volumen..."

miércoles, enero 13, 2010

13 de enero

9,50

Ayer terminé el día sin problemas. Me costó más de lo previsto contemplar a los demás mientras comían churros con chocolate y yo me hacía un té, pero un trozo de baguette seca me sacó del atolladero.

El segundo día siempre es más duro que el primero. Empieza a flaquear la voluntad. Siento más hambre. Y encima me duele la cabeza.

El hambre me da ganas de escribir. Eso siempre me recuerda a Van Gogh, que ayunaba para encontrar la inspiración.

El café también ayuda, pero he de tener cuidado, no quiero acabar como el gilipollas de Larsson.

11,29

Todavía no sé qué voy a comer. Carne con algo. Esta tarde tengo que comprar fruta y verdura. Qué pereza.

Y en verdad tengo que cortarme el pelo.

martes, enero 12, 2010

12 de enero, 12,53

Presumiblemente sigo pesando 97,8 kilos.

Tras largas reflexiones. He decidido comer una tortilla de espinacas y el pequeño resto de una lechuga.

Aunque de aquí al día 26 me alimentase exclusivamente de zumo de zanahoria (que detesto) no conseguiría entrar en el traje que llevé en la última boda familiar. Y no hablemos del traje de mi boda.

Y esta semana tengo que terminar y revisar la traducción de un libro de 300 páginas. Puede que eso me ayude a adelgazar.

Cortarme el pelo ayudaría a mejorar mi aspecto.

14,09

La tortilla resultó escasa (no consigo calcular bien la cantidad de espinacas congeladas) y su aspecto era deplorable. Aún así no sabía mal. La acompañé con la lechuga y un poco de pimiento rojo. Me voy a hacer un té a modo de postre. Hace un frío que pela.

12 de enero, 97,8 kilos a las 10,53

Seamos sinceros: yo actúo por impulso. Y hace unos diez minutos decidí, por un impulso, ponerme a régimen, y llevar un diario de ello.

Me he desnudado, me he pesado, y la báscula me ha informado de lo que peso: 97,8 kilos. Casi 15 más de lo que debería pesar, según calculó una de las varias endocrinólogas (¿endocrinas?) que he visitado en los últimos años.

Ya lo sé, debería haberme pesado nada más levantarme y tras vaciar los intestinos. Eso me hubiese ofrecido un dato más exacto de mi sobrepeso. El problema es que mis impulsos no suelen pillarme recién levantado. Además, a la mierda la exactitud. No voy a estar menos gordo si resto la taza de té con miel, las dos tostadas (grandes) y el café (con azúcar) que he ingerido esta mañana.

El día 26 de enero voy a conocer a la autora de un libro que he traducido, y no quiero que vea en mí al hombre de barriga puntiaguda en el que me he convertido sin beber cerveza.

Tengo justo dos semanas.

Dos semanas para pasar de ser un hombre gordo a tener cierto sobrepeso. Dos semanas para decirle a K.P., si se tercia, "estoy tratando de cuidarme algo más" y que me crea.

Mis impulsos no suelen ser aislados. Tengo cita para otra endocrinóloga el 18. Pero empezar el 18 me parece un poco tarde. Además, me pedirá análisis y no me dará un régimen hasta primeros de febrero. Y para entonces K.P. estará en París con la idea de que es traducida al español por un gordito amable.

¿Vanidad? Pues claro. ¿Por qué iba a adelgazar si no? ¿para que deje de darme la lata la hernia de hiato? ¿para dejar de resoplar cuando hago el amor con C., con la sensación de que la estoy aplastando? Los regímenes se hacen por vanidad, hombre.