Cuando era pequeño, todos los lavabos tenían dos grifos: uno para el agua caliente y el otro para la fría. ¡Qué estupidez! Pensaréis, pues eso significaba que por uno salía agua muy caliente y por el otro agua muy fría; imposible lavarse bajo un chorro de agua templada. En realidad, lo que pasaba era que, cuando se diseñaban los lavabos, nadie pensaba que las manos -o la cara, o la cabeza, o el cuerpo- se debiesen lavar bajo un chorro; lo normal era verter cierta cantidad de agua en el lavabo y lavarse con ella.
Fui creciendo y conmigo fue creciendo la cultura de la comodidad. El tener un lavabo con un solo grifo mezclador era sinónimo de riqueza. Pronto todas los baños estuvieron equipados con su bonito y cromado grifo mezclador, y pronto empezamos a ver el tapón del lavabo como un accesorio inservible.
Y es que comodidad, en el lenguaje del consumismo, rima con despilfarro.
Ahorrad agua, que de algún sitio hay que sacar la que riega los campos de golf.
domingo, enero 21, 2007
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