Hoy es sábado, generalmente el fin de semana me afecta mucho en mis tareas cotidianas pero ¿mi compromiso para escribir todos los días hace semana inglesa? En un mundo feliz (en un mundo en el que yo sería feliz) no habría días de la semana, meses, años ni, sobre todo, cambios horarios (me había prometido no releer, pero me han interrumpido y no he podido resistir la tentación de cambiar un "y" por un "ni"). Decía pues, que en mi mundo feliz todo se desarrollaría al ritmo de las estaciones, de esos dos entes fascinantes que son el sol y la luna. Esto parece una contradicción, pues son el sol y la luna los que marcan las semanas y las estaciones, pero lo que más me molesta es la imposición social, la unificación, la "normalización", el tener todos la misma hora, las mismas costumbres, el mismo tipo de ventanas.
Algo que detesto especialmente es el sistema métrico decimal, en contradicción con el resto de los que me rodean. Me parece absurdo y poco práctico, el utilizarlo te obliga a tener a mano siempre instrumentos de medida. Un centímetro no es una medida natural, nunca he sabido medir aproximadamente un centrímetro, ni mucho menos siete u ocho. Lo mismo me pasa con los kilos y con los litros. Por el contrario, considero mucho más práctico, por antropométrico, el sistema que han conservado los anglosajones. Una pulgada es más o menos lo que mide un pulgar, una libra se puede pesar con una mano... Eso sin hablar de un sistema basado en el número diez, terriblemente limitado al ser únicamente divisible por 2 y por 5, cuando lo más útil hubiera sido utilizar un sistema duodecimal, pues el doce puede dividirse por 2, por 3, por 4 y por 6.
Un ejemplo sangrante es el del A4, tamaño de papel basado en el metro cuadrado. Para alguien como yo dedicado a la edición y al diseño, es una proporción fea, alargada y carente de equilibrio. Muy alejada del rectángulo áureo, descubierto por los griegos.
Tenía un profesor que llevaba en su reloj la hora solar. A pesar de lo dicho anteriormente, me fascinan los instrumentos de medida, especialmente el reloj (que utiliza el sistema duodecimal), pero con el triunfo de la informática se están también deshumanizando (otro día escribiré en contra del sistema binario).
sábado, enero 21, 2006
viernes, enero 20, 2006
Cuarto día
Hoy podría haber sido un día negro, negrísimo, de los de meterse en la cama y no salir en una semana, pero al final ha salido el sol y se ha quedado una mañana preciosa.
jueves, enero 19, 2006
Tercer día
Sí, bueno, "Tercer día", pero es que si me pongo a buscar un título original no empiezo nunca.
Es curioso, cuando no puedo hacerlo, se me ocurren un montón de cosas que escribir en este blog, y en cuanto aparece la ventana de entrada mi mente se queda en blanco.
Por ejemplo, había pensado en hacer una lista de cosas que tengo que hacer, algo del estilo:
1. Buscar trabajo.
2. Buscar un trabajo que me guste.
3. Buscar un trabajo que me haga feliz.
4. Hacer la compra, limpiar la casa, pensar qué voy a comer hoy que no sea espaguetis con atún.
Estos cuatro deberes se agrupan en dos: dedicarme a algo que me haga feliz y con lo que pueda contribuir a mantener a mi familia.
Hace tiempo vi un fragmento (siempre sentí no haberlo podido ver entero) de un programa de la televisión francesa dedicado al estudio de la felicidad. Habían descubierto un grupo de circunstancias que podrían definirse como "hacedoras de felicidad". La única que recuerdo, la que más me impresionó, era la de dedicar muchas horas a una tarea que te gustara. Ponía como ejemplo a un joven estudiante de escultura que dedicaba diez horas diarias a esculpir. Aquello se me quedó tan grabado que ni siquiera haciendo un gran esfuerzo podría conseguir recordar las otras circunstancias.
Es curioso, cuando no puedo hacerlo, se me ocurren un montón de cosas que escribir en este blog, y en cuanto aparece la ventana de entrada mi mente se queda en blanco.
Por ejemplo, había pensado en hacer una lista de cosas que tengo que hacer, algo del estilo:
1. Buscar trabajo.
2. Buscar un trabajo que me guste.
3. Buscar un trabajo que me haga feliz.
4. Hacer la compra, limpiar la casa, pensar qué voy a comer hoy que no sea espaguetis con atún.
Estos cuatro deberes se agrupan en dos: dedicarme a algo que me haga feliz y con lo que pueda contribuir a mantener a mi familia.
Hace tiempo vi un fragmento (siempre sentí no haberlo podido ver entero) de un programa de la televisión francesa dedicado al estudio de la felicidad. Habían descubierto un grupo de circunstancias que podrían definirse como "hacedoras de felicidad". La única que recuerdo, la que más me impresionó, era la de dedicar muchas horas a una tarea que te gustara. Ponía como ejemplo a un joven estudiante de escultura que dedicaba diez horas diarias a esculpir. Aquello se me quedó tan grabado que ni siquiera haciendo un gran esfuerzo podría conseguir recordar las otras circunstancias.
miércoles, enero 18, 2006
Segundo día
Me obligo a escribir a pesar de no ser el mejor momento. En media hora tengo que ir a buscar a Théo a la guardería. Si tengo media hora... ¿por qué no es el mejor momento? Porque me agobia, desde siempre, tener el tiempo limitado.
Tictac, tictac. Me cruzo de brazos frente al ordenador. También tengo que escribir a María, en respuesta a su mensaje. Las frases surgen en mi cerebro, pero ni siquiera tengo abierta la ventana de su correo.
Venga, la escribo ya.
Tictac, tictac. Me cruzo de brazos frente al ordenador. También tengo que escribir a María, en respuesta a su mensaje. Las frases surgen en mi cerebro, pero ni siquiera tengo abierta la ventana de su correo.
Venga, la escribo ya.
martes, enero 17, 2006
De nuevo en marcha
Me he comprometido con Jose a escribir un poco cada día en este blog. La promesa, mi compromiso, es hacerlo sin releerlo para corregirlo. Allá vamos.
Se me ocurre empezar por justificar el nombre que le he puesto a este blog: la noche del desierto. Supongo que es una metáfora de lo que pienso que es mi vida: una fría noche en medio de la nada.
Hoy Jose (¿o José?) se ha dado cuenta de algo que yo ignoraba: me es imposible exteriorizar mis emociones. Hasta hoy, no sólo era inconsciente de ello, sino que, hasta donde llegaba mi conciencia, me parecía positivo. Es lógico, vivimos en una sociedad fuertemente influida por lo anglosajón. Admiramos el carácter indolente del "gentleman" inglés, la frialdad con la que James Bond ve morir a sus amantes.
¿Cuándo fue la última vez que dije "ay"? Recuerdo la última vez que lloré, mi padre estaba agonizando, y recuerdo que esas lágrimas me sentaron bien pero... ¿cuándo fue la última vez que demostré amargura, sorpresa, amor? Tengo en la memoria el haberme rebanado un dedo con una lata de atún y no haber soltado un simple hay, si acaso una mueca de fastidio por la molestia de tener que parar la hemorragia.
Y sin embargo, ahí está el dolor. Siempre he sido más sensible al de los demás que al mío propio, extremadamente sensible. No me cuesta nada en absoluto ponerme en la piel de los demás cuando sufren, lo que me inhabilita para la crueldad.
Puedo recordar perfectamente ocasiones en las que he hecho daño a los demás, y su dolor me sigue produciendo un pinchazo en la boca del estómago.
Sí, es mi estómago el que centraliza todas mis emociones. El desamor es un nudo terrible en el estómago; la vergüenza, la rabia, el fracaso... allí se hace físico.
Se me ocurre empezar por justificar el nombre que le he puesto a este blog: la noche del desierto. Supongo que es una metáfora de lo que pienso que es mi vida: una fría noche en medio de la nada.
Hoy Jose (¿o José?) se ha dado cuenta de algo que yo ignoraba: me es imposible exteriorizar mis emociones. Hasta hoy, no sólo era inconsciente de ello, sino que, hasta donde llegaba mi conciencia, me parecía positivo. Es lógico, vivimos en una sociedad fuertemente influida por lo anglosajón. Admiramos el carácter indolente del "gentleman" inglés, la frialdad con la que James Bond ve morir a sus amantes.
¿Cuándo fue la última vez que dije "ay"? Recuerdo la última vez que lloré, mi padre estaba agonizando, y recuerdo que esas lágrimas me sentaron bien pero... ¿cuándo fue la última vez que demostré amargura, sorpresa, amor? Tengo en la memoria el haberme rebanado un dedo con una lata de atún y no haber soltado un simple hay, si acaso una mueca de fastidio por la molestia de tener que parar la hemorragia.
Y sin embargo, ahí está el dolor. Siempre he sido más sensible al de los demás que al mío propio, extremadamente sensible. No me cuesta nada en absoluto ponerme en la piel de los demás cuando sufren, lo que me inhabilita para la crueldad.
Puedo recordar perfectamente ocasiones en las que he hecho daño a los demás, y su dolor me sigue produciendo un pinchazo en la boca del estómago.
Sí, es mi estómago el que centraliza todas mis emociones. El desamor es un nudo terrible en el estómago; la vergüenza, la rabia, el fracaso... allí se hace físico.
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