El ser humano siempre ha querido ser alguien distinto al que era (o al que creía ser). Por eso las máscaras son tan antiguas. Ahora las creemos en desuso, pero no es cierto. Allí siguen, salvo que en vez de taparnos el rostro actúan en lo más profundo. Existen las máscaras químicas, como el alcohol y otras drogas, que actúan sobre nuestro comportamiento inmediato; no nos convierten en otra persona, sino que con ellas actuamos como si lo fuéramos. Existen las máscaras sociales, más largas de construir pero mucho más sólidas; creemos que somos nosotros los que las vestimos y en realidad son los demás los que nos obligan a llevarlas. Existen otras máscaras más profundas, que construimos inconscientemente, y en las que nos vamos encerrando hasta que creemos que ese es nuestro verdadero rostro. Esas son las más difíciles de quitar, pues la mayoría de las veces no sabemos que las llevamos.
Se me ocurre que sería bueno que de vez en cuando vistiéramos una máscara, una buena y vieja máscara de las de antaño: veneciana, africana, de teatro griego o japonés, caricaturesca o elegante. Y saliésemos a la calle siendo otra persona, sin necesidad de alcohol, drogas o convenciones sociales. Así quizás nos libraríamos de la máscara del desorden psicológico.
jueves, diciembre 07, 2006
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